AUTOR, AUTOR

El mundo ha vivido sin autores. Hasta hace relativamente poco tiempo, el arte, la ciencia, la literatura no necesitaban de esa figura que sin embargo hoy nos parece tan imprescindible. ¿Quiénes fueron los arquitectos que idearon las pirámides de Egipto? ¿Quién compuso el Cantar de Roldán? ¿Quién inventó la rueda o el papel? ¿Quiénes son los artífices del hermoso Románico europeo? Quizá antes se tuviera la certeza -muy razonable, por cierto- de que la obra era, al fin y al cabo, muchísimo más importante y, puesto que ésta permanecería durante más tiempo en la vida de los hombres, infinitamente superior a su creador. Sea como fuere, la anonimia, con el paso del tiempo, nos parece ahora un signo de atraso, una muestra de primitivismo o de ingenuidad inconcebibles, aunque estemos dispuestos a aceptarla cuando la elegimos como salvaguarda, como protección ante un peligro.

En efecto, el mundo ha podido vivir sin autores. No obstante, a pesar de que en nuestro Don Juan Manuel ya se observaba claramente una preocupación nueva por la autoría, no fue hasta el Renacimiento y, sobre todo, hasta el advenimiento del genio de Miguel Ángel Buonarroti, cuando el artista, el inventor o el poeta cobraron plena conciencia de su influjo. A partir de entonces la firma fue desbancando lentamente a la obra y los nombres compitieron en perdurabilidad con los brillantes frutos de la inteligencia. Fueron los hombres del Romanticismo, con su voluntad de desbancar a los mismísimos dioses, con su afán por mostrarse herederos directos del fuego de Prometeo, quienes dieron la puntilla definitiva a la vieja concepción de la creatividad. Como el titán que desafiara a Zeus, el escritor o el científico estaban llamados a trascender al humano corriente y, en ocasiones, hasta a redimirlo con su fuerza y magnificencia.

¿Y qué podían ofrecerle? ¿Qué fuego divino le otorgaron al final?: la tecnología, por supuesto.

Qué enorme paradoja la que ahora tenemos delante de nuestras narices. Resulta que ese afán diferenciador que se iniciase hace dos siglos, aquel desmesurado deseo de hacer del autor una obra perfecta en sí mismo ha producido un artefacto que amenaza con destruirlo. Si os dais cuenta, el círculo se cierra inevitablemente. Internet ha abierto muchos caminos que aún están por transitar, y quizá el más importante de todos sea el que pone de nuevo en duda la consistencia del concepto de autoría.

Os debe sonar todo lo que se está montando con la ofensiva que muchos gobiernos occidentales están llevando a cabo contra las páginas de descargas. Dicen que son nocivas para ese dogma de fe que son los derechos de autor. Aseguran que, si no se regulan, la industria cultural -editoriales, compañías discográficas, productoras de cine- corre el riesgo de desaparecer. Apelan a la responsabilidad ciudadana para que les permitamos interceder en el libre intercambio. Bien es verdad que lo que se ha venido denominando como “piratería” incurre en un delito cuando a ésta la mueve el ánimo de lucro. Pero, cuando no es así, ¿qué? ¿Podemos estigmatizar a todo aquel que pretenda abrirse, mediante el fuego prometeico de Internet, al conocimiento y al mundo?

Para este nuevo número de Muralidades quiero que tratéis el tema del autor, bien desde una perspectiva histórica -como yo torpemente he intentado hacer en este texto-, bien desde un punto de vista actual, para lo que os podréis centrar en el problema de los derechos de autor, la piratería, las descargas “ilegales”, la nueva ley que en España se prepara o, incluso, tratar a ese viejo conocido de todos nosotros, el mismísimo Dios, quien, según las religiones monoteístas, es el único autor -creador- digno de tenerse en cuenta.

Aquí os dejo enlaces acerca de los derechos de autor y la nueva ley por si queréis ilustraros. En ellos encontraréis opiniones a favor y en contra. Como siempre, no pretendo persuadiros de nada. Buena suerte y al tajo.

(Fecha de entrega: 29 de Enero)

Anteproyecto de Ley de Economía Sostenible. Propuesta de modificación de la Ley de Servicios de la Sociedad de la Información.

«Involucionismo digital«, por Enrique Dans.

Manifiesto «En defensa de los derechos fundamentalesen Internet».

«Semántica«, por Almudena Grandes.

«El rojo de los semáforos«, por Juan Bonilla.

Contra el canon digital.

Y, para terminar, como siempre, un vídeo relacionado con el tema del nuevo número. Con todos ustedes, el innombrable, el incalificable, el inefable, el genial, el sublime Nick Cave, y su temazo: We call upon the author to explain.


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